La obesidad se ha convertido en la principal forma de malnutrición entre niños y adolescentes en el mundo, superando la desnutrición en menores de 5 a 19 años, según advirtió UNICEF en su más reciente informe. La agencia de la ONU alertó que entre 2000 y 2022 el número de jóvenes afectados por esta condición se duplicó, pasando de 194 millones a 391 millones en todo el planeta.
“Hoy, cuando hablamos de malnutrición, ya no nos referimos únicamente a niños con bajo peso. La obesidad es un problema creciente que puede repercutir en la salud y el desarrollo infantil”, explicó Catherine Russell, directora ejecutiva de UNICEF.
En Colombia, la pediatra endocrinóloga Camila Céspedes, profesora de la Facultad de Medicina de la Universidad Javeriana y especialista del Hospital San Ignacio, advirtió en entrevista con La FM que la obesidad infantil es una enfermedad con impacto directo en múltiples órganos y funciones del organismo. “Los niños gorditos no son niños saludables; las complicaciones comienzan desde la infancia y se presentan más temprano”, señaló.
Céspedes enfatizó que la infancia y la adolescencia son momentos clave no solo para tratar, sino también para prevenir la obesidad. Un menor con exceso de peso tiene altas probabilidades de convertirse en un adulto obeso, lo que dificulta aún más el control y tratamiento de la enfermedad.
Frente a la percepción cultural de que un niño con sobrepeso es un niño sano, la especialista aclaró que el diagnóstico debe basarse en curvas de crecimiento y peso para identificar si se trata de un niño grande para su edad o de un caso de sobrepeso u obesidad. “El objetivo no es que los niños pierdan kilos de manera estricta, sino controlar el peso en relación con la estatura mientras siguen creciendo”, precisó.
La pediatra también destacó los efectos emocionales y sociales de la obesidad infantil, como el acoso escolar y la baja autoestima. Por eso, insistió en que el cambio de hábitos debe ser familiar: “Esto no lo logra un niño solo, sino una familia que ajusta hábitos de alimentación y consumo. No se trata de señalización ni prohibición, sino de dar ejemplo”.
Sobre la alimentación, recomendó instaurar hábitos saludables desde los primeros meses de vida. “Un momento crítico para educar el gusto es la introducción de alimentos complementarios a partir de los seis meses. No se puede pretender que un niño que nunca ha probado verduras o frutas las acepte de repente a los siete años”.
La especialista también advirtió sobre el sedentarismo y el uso excesivo de pantallas. Señaló que en muchos colegios las clases de educación física se reducen a 45 minutos semanales, cuando la Organización Mundial de la Salud recomienda un mínimo de tres horas de actividad física para estas edades. “La actividad física no necesariamente implica ir a un gimnasio, es moverse: caminar, saltar lazo, subir escaleras”, explicó.
Finalmente, Céspedes dejó un mensaje para los padres: “Los hábitos saludables de vida son un propósito familiar en el que debemos acompañar a nuestros hijos. La actividad física es el mejor antidepresivo”. Con estas medidas tempranas, concluyó, es posible revertir la tendencia creciente de la obesidad infantil y proteger el futuro de millones de niños.