En San Jacinto, Bolívar, la seguridad dejó de ser una palabra repetida en discursos para convertirse en una experiencia compartida. En este rincón de los Montes de María, donde alguna vez reinó el silencio marcado por el conflicto, hoy florece un nuevo pacto entre comunidad y Policía: uno tejido con cercanía, respeto y compromiso mutuo.
La iniciativa Zona Segura ha transformado la percepción del uniforme. El policía ya no es un forastero que impone, sino un vecino que saluda, escucha y se sienta a la mesa. En este proceso, la gente ha vuelto a creer. Lo cotidiano —un saludo, una charla, una caricia a un perro callejero— se ha convertido en el lenguaje de una convivencia restaurada.
El intendente Alfredo Iván Gómez Jiménez, comandante de la estación, lideró una jornada de integración sin formalismos, donde los protocolos dieron paso al contacto humano. Desde temprano, el aroma de un sancocho comunitario convocó a familias de todos los barrios. Más allá de la comida, el encuentro cocinó lazos de confianza. “Cuando los policías se sientan con uno a la mesa, se abren otras formas de entendernos”, expresó doña Blanca, con sabiduría en sus palabras y ternura en sus manos.
Una de las actividades más simbólicas fue el mural participativo, pintado por niños, jóvenes, artistas y líderes sociales. Cada trazo fue una declaración de esperanza: una casa sin rejas, árboles florecidos, calles donde los niños corren sin temor. El arte sirvió como puente para unir realidades y visiones de futuro, dejando atrás las jerarquías para encontrarse desde la igualdad.
La Caravana de la Seguridad recorrió los barrios con agentes de tránsito, bomberos voluntarios, funcionarios de la Alcaldía y motociclistas, llevando mensajes de autocuidado, convivencia y presencia activa. Las sirenas no anunciaban emergencia, sino respaldo. Los niños recibieron volantes y sonrisas, los adultos saludaron por sus nombres a los policías, y en cada esquina se tejió un lazo invisible de confianza.
San Jacinto, tierra de gaitas, tambores y tradición, es también memoria viva de dolor y resistencia. El conflicto dejó huellas, pero también sembró una determinación férrea por sanar. Hoy, este corregimiento demuestra que es posible construir seguridad desde el diálogo y no desde la imposición.
La Policía Comunitaria, más que un cuerpo uniformado, es ahora parte del tejido social. Los testimonios de mujeres, campesinos, docentes y líderes confirman que algo está cambiando. Y ese cambio no viene de arriba: nace desde las raíces.
Cuando cayó la tarde y el mural secaba sus colores, el intendente Gómez Jiménez resumió el sentir colectivo con una frase que ya hace eco entre los habitantes: “Queremos trabajar de la mano con ustedes”.
San Jacinto no solo avanza hacia una convivencia más segura. Lo hace con alegría, identidad y una convicción profunda: aquí, donde las semillas se cuidan con esmero, la paz no es una promesa futura, sino una costumbre que empieza a florecer.