La reciente aprobación de la reforma a la Ley 30 de 1992 marca un punto de inflexión para la educación superior pública en Colombia. El incremento en la financiación de las universidades estatales responde a una demanda histórica del movimiento estudiantil, de los docentes y de los trabajadores del sector, y abre una oportunidad inédita para fortalecer el sistema. Sin embargo, el verdadero desafío no radica únicamente en la llegada de más recursos, sino en la manera en que estos serán administrados y orientados hacia cambios estructurales.
Durante décadas, las universidades públicas han funcionado bajo una lógica de supervivencia financiera, enfocadas en cubrir déficits, sostener gastos recurrentes y mantener programas que no siempre han sido revisados frente a los profundos cambios sociales, tecnológicos y productivos del país. En este contexto, distintos sectores académicos advierten que el aumento presupuestal no puede traducirse en financiar las mismas dinámicas de siempre, sino en repensar el rumbo del sistema.
Colombia enfrenta hoy retos complejos como la desigualdad social, la crisis ambiental, la transformación del mundo laboral, la revolución digital y tensiones sociales persistentes. A esto se suma un escenario global de acelerado avance científico y tecnológico, transición energética y nuevas formas de producción del conocimiento. La educación superior pública, señalan expertos, debe responder a este contexto con una visión renovada que supere modelos agotados.
Uno de los puntos centrales del debate es la investigación. Durante años, los sistemas de evaluación han privilegiado la cantidad de publicaciones sobre su impacto real, lo que ha llevado a una producción académica desconectada de las necesidades del país. La nueva etapa de financiación plantea la urgencia de orientar los recursos hacia una investigación con impacto social, científico y tecnológico, capaz de resolver problemas concretos, impulsar la innovación y mejorar la calidad de vida de la población.
La transparencia en el manejo de los recursos aparece como otro eje clave. El fortalecimiento presupuestal debe ir acompañado de mecanismos innovadores de rendición de cuentas y de una mayor participación de la comunidad universitaria en la definición de prioridades. Propuestas como los presupuestos participativos buscan democratizar las decisiones y fortalecer la confianza en la gestión institucional.
Asimismo, se resalta la necesidad de reconocer y fortalecer la labor docente, especialmente aquella que se desarrolla en el aula y que no siempre se refleja en publicaciones indexadas. La calidad educativa, coinciden voces del sector, también se construye desde la innovación pedagógica, la relación directa con los estudiantes y la transformación de las prácticas de enseñanza.
El bienestar universitario se consolida como otro componente fundamental. Garantizar condiciones dignas en alimentación, salud mental, transporte y vivienda no puede verse como un gasto asistencial, sino como una política de permanencia y equidad. Sin bienestar estudiantil, advierten, no es posible hablar de calidad educativa ni de justicia social.
La reforma también abre la puerta al fortalecimiento de las plantas docentes y a la formalización de miles de profesores que han trabajado durante años en condiciones precarias. Mejorar las condiciones laborales y ampliar las plantas no solo dignifica la labor académica, sino que se traduce en una inversión estratégica para elevar el nivel del sistema.
Finalmente, la internacionalización y la modernización curricular deberán asumirse con una mirada crítica, priorizando las necesidades del país y promoviendo enfoques interdisciplinarios que respondan a los desafíos actuales. En este nuevo escenario, la reforma a la Ley 30 será medida no solo por el dinero que incorpora, sino por su capacidad real de transformar la educación superior pública y convertirla en un motor de desarrollo, equidad y transformación social.
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