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Una oración y un legado: la monja que despidió al Papa de una manera conmovedora

Mientras la solemnidad y el protocolo marcaban el último adiós al papa Francisco, una figura discreta rompió el esquema con un gesto de profundo amor y gratitud. Con 81 años, mochila al hombro y una historia de lucha silenciosa, sor Geneviève Jeanningros, amiga cercana del Papa Francisco, se abrió paso hasta el féretro y permaneció allí, en oración y lágrimas, ignorando cualquier protocolo.

No era una cardenal ni una figura del Vaticano, pero nadie se atrevió a detenerla. La religiosa, de la orden de las Hermanitas de Jesús, fue parte esencial de una de las facetas menos conocidas y más humanas del pontificado de Francisco: su acercamiento a los marginados.

Durante más de cinco décadas, sor Geneviève ha acompañado a feriantes, trabajadores informales y mujeres transexuales en las periferias de Roma. Fue ella quien llevó al Papa hasta estos grupos olvidados, logrando momentos únicos como la visita de Francisco al parque de atracciones de Ostia en julio de 2024, o los encuentros en audiencia general con personas trans y homosexuales, muchas de ellas víctimas del abandono social.

Durante la pandemia, tocó las puertas del Vaticano junto al párroco de Torvaianica, don Andrea Conocchia, para pedir ayuda urgente para quienes vivían de las ferias y el trabajo sexual, sin posibilidad de ingresos ni acceso a recursos básicos. El cardenal Konrad Krajewski respondió, y así nació una red de solidaridad inspirada por esta mujer incansable.

El Papa solía llamarla, con cariño, “la enfant terrible”. Y ese mismo espíritu rebelde y tierno fue el que la llevó a ignorar las filas y ceremonias para despedirse del hombre que siempre apoyó su misión. Su gesto, silencioso y profundo, habló más alto que cualquier discurso.