Daniel Noboa ha logrado lo que pocos esperaban hace apenas un año, reelegirse como presidente de Ecuador, consolidando un liderazgo emergente que ha sabido canalizar el cansancio ciudadano frente a los rostros tradicionales de la política, entre ellos, el omnipresente Rafael Correa. La derrota de Luisa González, candidata de la Revolución Ciudadana, marca no solo un nuevo tropiezo del correísmo, sino la consolidación de un nuevo relato político que apuesta por juventud, pragmatismo y despolarización.
Aunque González obtuvo un 44% en los votos, fue insuficiente frente a un electorado que prefirió evitar el retorno del pasado. Para analistas como Gabriela Panchana, este resultado refleja un rechazo persistente a la figura de Correa, incluso entre votantes que históricamente simpatizaban con su proyecto. “Hubo una reactivación clara del votante silencioso, del que no fue a la primera vuelta. Muchos acudieron esta vez movidos por la narrativa de ‘freno al autoritarismo'”, explicó la consultora. Entre esos votantes estuvieron migrantes, adultos mayores y jóvenes indecisos, movilizados por campañas digitales más ciudadanas que partidistas.
La apuesta del correísmo por una candidata que no logró proyectar liderazgo autónomo fue, para muchos, el error capital. Giuseppe Cabrera, politólogo de la Universidad Andina Simón Bolívar, considera que Luisa González no supo construir una narrativa personal ni conectar con el momento político. “Luisa fue vista como una portavoz de Correa, no como una alternativa”, señaló.
Durante la campaña, Luisa González cometió errores que terminaron por reafirmar temores entre los indecisos: confusas declaraciones sobre la dolarización, la intención de restablecer vínculos con el régimen venezolano y una serie de mensajes contradictorios sobre derechos individuales y libertades públicas. “El discurso se volvió errático, y eso costó confianza”, resumió Cabrera.
Además, la coalición que la respaldaba lució desarticulada. La alianza con Pachakutik se diluyó en la práctica, con figuras clave como Leonidas Iza completamente ausentes de la contienda. Las tensiones internas dentro del movimiento también se hicieron evidentes: mientras unas voces promovían una renovación del correísmo, otras insistían en mantener el libreto del pasado.
Mientras tanto, Daniel Noboa consolidó su imagen como un líder joven, moderado y resuelto. Con apenas 36 años, su apuesta por una narrativa centrada en la seguridad, el orden institucional y la tecnocracia ligera logró atraer votantes de diversos espectros. Según el diario El Universo, su equipo mantuvo un enfoque más silencioso pero efectivo, priorizando la conexión emocional y simbólica: su esposa Lavinia Valbonesi se convirtió en un activo de campaña clave, proyectando una imagen familiar moderna y cercana.
Además, Noboa supo leer mejor el contexto internacional. En medio de la crisis de seguridad que azota al país, su retórica firme contra el narcotráfico y su estrategia de mostrar resultados rápidos, aunque simbólicos, como la intervención en cárceles y el uso de las Fuerzas Armadas, fueron bien recibidas por una ciudadanía harta del caos. La solicitud al CNE para eliminar la fotografía del voto fue otra jugada inteligente. Según analistas de Primicias, esto permitió que muchos empleados públicos o personas temerosas de represalias votaran libremente, sin temor a represalias partidistas.
Un cambio de ciclo político
Esta elección no fue solo un referéndum sobre Correa. Fue también una afirmación del deseo de estabilidad, renovación y de una política menos ideológica y más funcional. Noboa no representa aún una doctrina clara, pero ha sabido insertarse en un vacío que otros no supieron ocupar: el de una ciudadanía que ya no quiere volver al pasado, pero tampoco confía del todo en lo nuevo.
La Revolución Ciudadana, por su parte, enfrenta ahora el reto más complejo de su historia: reinventarse sin su figura fundadora en el centro. Y si no logra hacerlo, su papel podría quedar relegado a la memoria política de un país que, al menos por ahora, ha decidido mirar hacia otro lado.