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La jugada maestra de Juan Manuel Santos

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La estrategia que comenzó a implementarse hace algunos años en los círculos del poder político colombiano, rindió sus frutos: Gustavo Petro será el nuevo presidente de Colombia. Dicha estrategia habría comenzado hace más de 15 años, cuando los hermanos Enrique y Juan Manuel Santos, habrían encabezado la urdimbre de halagos y lisonjas que les permitieron alcanzar el poder en 2010. En aquel tiempo, mientras algunos desertaban del uribismo, Juan Manuel Santos se mantuvo firme junto al entonces presidente, haciendo lobby para ser considerado en un ministerio.

Sin embargo, su objetivo dentro de la estrategia era llegar al ministerio de Defensa, pues esa era la cabeza de playa ideal para ejecutar los ardides que había planeado junto a su hermano, con otros personajes de la izquierda más recalcitrante de Colombia y del mundo.

Cuando por fin Santos llegó al Ministerio, lideró algunos golpes contra las FARC y desató diferentes estrategias contra la guerrilla y también contra los reductos del paramilitarismo. En medio de la operatividad más alta de las Fuerzas Armadas colombianas, salió a la luz el escándalo de los falsos positivos. Inicialmente, el calificativo le fue atribuido a una unidad de inteligencia del Ejército, con sede en Bogotá, la cual fue vinculada con un atentado explosivo en cercanías de la Escuela Militar de Cadetes, y dejó explosivos, en una olla a presión, en un parqueadero de Normandía.
Quien puso el asunto ante la opinión pública fue el entonces senador Gustavo Petro, en cuyo debate logró delatar a dos brillantes oficiales de inteligencia, mostrando su rostro ante todo el mundo. El nombre de falsos positivos se dio justamente en El Tiempo, el periódico de los Santos, cuando una editora decidió bautizar de esa manera, los hechos ocurridos en esos días en Bogotá.

No obstante, el nombre quedó sonando y vino la nueva etapa de dicha estrategia: denunciar la aberración de que el Ejército había reclutado a varios jóvenes de escasos recursos, para asesinarlos, plantarles un arma y hacerlos pasar como guerrilleros dados de baja. El entonces ministro de Defensa salió a «denunciar» los hechos y a informar que adelantaría todas las investigaciones, para determinar la verdad de lo ocurrido.

A su vez crecía el repudio nacional por el asesinato de los jóvenes inocentes, lo que poco a poco fue transformándose en odio y rechazo contra cualquiera de los uniformados de las Fuerzas Armadas.
La estrategia de demolición de la imagen del expresidente, y también la de las Fuerzas Armadas, había llegado a su cúspide y era cuestión de hacer movimientos certeros para conseguir el siguiente objetivo: legitimar el acuerdo de «paz» con las FARC, llevando a la Presidencia a un terrorista en uso de «buen» retiro, lo que le confirmaría al mundo la bondad del plan de el expresidente Juan Manuel Santos.

El nombre de Gustavo Petro fue decidido años atrás. Cuando el ahora presidente decidió lanzarse a la Alcaldía de Bogotá, contó con el apoyo del entonces presidente, quien hizo lo necesario para dividir el voto no petrista y otorgarle así el segundo cargo político del país. Una prueba que da veracidad a lo anterior es que todos los candidatos de entonces, excepto Peñalosa, terminaron en altos cargos, después de las elecciones: Gina Parody, Juan Manuel Galán y David Luna fueron recompensados por haberse prestado para la componenda.

El expresidente Santos quería poner a sonar con seriedad a Gustavo Petro. Entonces, permitió que se convirtiera en mártir al ser separado del cargo por el procurador Ordóñez. Luego, miró con aprecio a ese «denunciante valiente» de los falsos positivos y también, como no, al enemigo acérrimo de las Fuerzas Armadas. Con ese palmarés, era cuestión de tiempo para que el pupilo de Santos tuviera al establecimiento a su merced y llegara a la Presidencia de Colombia.
Con el desaliento del perseguido judicial, y del que se sabe odiado e incomprendido por la gente que defiende; las Fuerzas Armadas ven, con angustia, la llegada de un inquisidor a la Presidencia, el que tiene la misión de afinar los detalles para la etapa final de la estrategia de Santos: desmantelar al estamento militar colombiano.