En Medellín, una ciudad que ha sido escenario de múltiples conflictos, se ha desatado una nueva guerra. No es una guerra de balas, sino de brochas, pintura y mensajes. Una lucha que trasciende lo visual para adentrarse en lo simbólico, lo político y lo humano. La guerra de los murales no es solo una disputa por el espacio público; es una batalla por la memoria, la identidad y el derecho a expresar el dolor de una sociedad que aún busca sanar.
Por un lado, están quienes, con pulso firme y corazón indignado, han convertido las paredes de la ciudad en lienzos de denuncia. Murales que gritan, que interpelan, que recuerdan. En ellos, las madres de los desaparecidos, las «cuchas», como se les llama en el parlache local, encuentran un espacio para su voz. «Las cuchas tienen razón», rezan los muros, en un grito colectivo que reclama justicia y verdad. Estas obras no son simples grafitis; son testimonios vivos de una lucha que lleva décadas, un homenaje a las mujeres que han cargado con el peso de la ausencia y la impunidad.
Pero, como en toda guerra, hay otro bando. Grupos de extrema derecha, armados no de ideas, sino de rodillos y pintura gris, han emprendido una campaña de borrado sistemático. Su arma: el silencio impuesto. Su estrategia: la negación. No hay creatividad en su accionar, ni arte, ni siquiera un mensaje claro. Solo el gris, un color que parece reflejar la vacuidad de su discurso. Un gris que no es neutral, sino que evoca la frialdad del asfalto, la indiferencia de quienes prefieren tapar el pasado antes que enfrentarlo.
Esta guerra es asimétrica, pero no en el sentido tradicional. Aquí no se enfrentan ejércitos equiparables, sino la fuerza de la memoria contra el peso del olvido. Es una batalla entre la cultura y la incultura, entre la empatía y la desconsideración, entre la indignación y el arribismo. Los murales, con su carga estética y emocional, son una forma de resistencia pacífica, un acto de rebeldía que desafía el statu quo.
Lo más revelador de este conflicto es cómo los murales han trascendido su función artística para convertirse en símbolos de un estallido social más amplio. No son solo pinturas; son manifestaciones de una sociedad que exige ser escuchada. En ellos, las madres, las «cuchas», ocupan un lugar central. Y es que, en el fondo, esta guerra también es un reconocimiento al papel de la mujer como pilar de la resistencia. La palabra «cucha», que en muisca significa «mujer más bella que el arcoíris», ha sido resignificada en el parlache para nombrar a esas madres que, desde las comunas y los arrabales, han luchado por sus hijos.
Pero el mensaje de las cuchas no se limita al reclamo de justicia. Su razón va más allá. Tienen razón cuando advierten a sus hijos sobre los peligros de la bebida, las drogas y la violencia. Tienen razón cuando les enseñan a resistir, a sobrevivir, a mantenerse en pie en un mundo que parece empeñado en derribarlos. Su voz, plasmada en los murales, es un llamado a toda la sociedad: escuchen a las madres, porque en su sabiduría está la clave para construir un futuro menos gris.
La guerra de los murales en Medellín es, en última instancia, una lucha por el alma de la ciudad. Una batalla que nos recuerda que el arte no es solo belleza, sino también memoria, denuncia y esperanza. Y que, en un mundo donde algunos prefieren pintar de gris, siempre habrá quienes elijan los colores de la resistencia.
Las cuchas tienen razón, y su verdad resuena con fuerza frente a aquellos que, en su afán por silenciar, se convierten en verdaderos bandidos del arte, de la memoria y de la vida misma. En Medellín, donde el lenguaje popular es tan rico como hiriente, a las malas personas se les llama «chuchas». «Ese tipo es una chucha», se dice con desprecio. Así, lo que estamos presenciando en la ciudad no es una lucha de las cuchas contra sí mismas, sino de las «chuchas» —esos personajes mezquinos y desalmados— contra quienes reivindican el valor, la dignidad y la lucha de las cuchas. Es una batalla que trasciende lo visual para adentrarse en lo moral, en lo que significa ser parte de una comunidad que no olvida, que no se rinde y que honra a quienes han cargado con el peso de la ausencia y la injusticia
Escrita por: Por Daniel Largo
Tomado del medio: AntioquiaCritica.com