La salud mental se ha convertido en una preocupación global prioritaria. Según los últimos informes de la OMS, los trastornos mentales afectan a una de cada ocho personas en el mundo y Colombia no es ajena a esta realidad puesto que el 66,3% de las personas asegura haber enfrentado algún problema de salud mental en su vida, según el Ministerio de Salud. Tras la pandemia, el aislamiento social, la sobrecarga digital y los entornos urbanos han provocado un aumento en los niveles de estrés, ansiedad y depresión, especialmente en jóvenes. Ante esta realidad, el diseño de los espacios donde vivimos, trabajamos o nos recuperamos cobra un nuevo significado: puede ser una herramienta poderosa para mejorar nuestro bienestar.
“Pasamos más del 90% de nuestro tiempo en espacios cerrados. El diseño de estos puede ayudarnos a vivir mejor”, afirma Esther Rico, docente de ESDESIGN perteneciente a Planeta Formación y Universidades, en su monográfico “Luz y bienestar”, donde reflexiona sobre el impacto que tienen la luz, los materiales y la disposición arquitectónica en la salud física y emocional de las personas y propone una arquitectura empática, centrada en el ser humano y orientada a la prevención más que a la reacción.
Top de espacios que ponen al ser humano en el centro a través del diseño
El proyecto Tiaho Mai en Nueva Zelanda, un centro de salud mental cuyo diseño se basó en las necesidades reales de los pacientes y del personal médico. “El nombre del proyecto significa ‘luz que irradia’ en maorí. Su diseño recuerda a un claustro, un lugar de recogimiento que facilita la conexión con uno mismo”, explica la experta. Este tipo de arquitectura busca reducir el impacto traumático de una hospitalización y transformar la experiencia en un proceso más humano, con acceso a luz natural, aire fresco y elementos culturales cercanos.
Pero el bienestar no debe limitarse a centros especializados. Espacios como gimnasios, oficinas o incluso el hogar pueden convertirse en lugares de recuperación emocional. Rico destaca proyectos como TT Pilates Studio o Anna Cabin, que a través de formas orgánicas, materiales naturales y una iluminación cuidadosamente pensada, logran transmitir una sensación de cobijo, introspección y conexión con la naturaleza. “Necesitamos momentos wow, pero también espacios donde relajarnos, descomprimirnos y mirar hacia dentro”, afirma.
Tecnología emocional y sostenible que recupera
En esta visión de bienestar integral, la tecnología también tiene un papel clave. Pero no cualquier tecnología, sino aquella que se integra de forma sutil, intuitiva y empática. Ejemplo de ello es el estudio New Territory, que desarrolla productos para el hogar que monitorean la calidad del aire, la luz o el sonido, reaccionando con suavidad y sin invadir el entorno. “La tecnología no es buena ni mala per se. Depende del uso que le demos y de cómo la apliquemos; debe casi pasar desapercibida a la vista”, reflexiona la profesora.
Desde la sostenibilidad, también emergen propuestas innovadoras como la de la diseñadora Marjan Van Aubel, quien ha desarrollado células solares a partir de materiales naturales como jugo de arándanos. Su visión es clara, “la revolución solar será bella o no será”. Se trata de crear soluciones que, además de ser eficientes, sean estéticamente atractivas y capaces de integrarse en nuestra ropa, ventanas o fachadas urbanas, sin agredir el paisaje ni sacrificar funcionalidad.
Hacia una cultura del diseño consciente
Más allá de las tendencias, el diseño debe asumir una responsabilidad, crear espacios que no solo respondan a necesidades funcionales, sino que contribuyan activamente al bienestar físico y mental de las personas. “Diseñar espacios que nos cuiden es una forma de cuidar nuestra salud física, mental y emocional. Es pensar en el ser humano desde la empatía, desde la luz, desde el silencio y desde la naturaleza que hemos olvidado”, concluye la experta de ESDESIGN.
En una era marcada por crisis de salud mental, emergencia climática y aceleración tecnológica, el diseño de espacios ya no puede limitarse a la estética o la funcionalidad. Debe ser una herramienta activa de bienestar, resiliencia y transformación social, de modo que es necesario repensar cómo se diseñan los espacios para marcar la diferencia entre vivir y simplemente habitar.